Balbino era profesor de la escuela de
Escairón. Hacía nueve años que se había casado con Elvira, la mujer más hermosa
de todo el Ayuntamiento de O Saviñao, lo que había despertado enorme resentimiento
y envidia en los múltiples pretendientes que por aquel entonces tenía la bella
Elvira, uno de ellos Severino Losada, hijo del Alcalde.
Transcurría el mes de septiembre de
1936. Balbino se encontraba comiendo con su mujer y su hijo de tres años Moncho,
en su casa de Escairón cuando de pronto unos golpes en la puerta trastocaron la
tranquilidad del hogar. Los impactos en la puerta eran fuertes y sordos. “Abrid
la puerta” gritaban. Los porrazos en la puerta se sucedían. Los vecinos de las
casas colindantes se asomaban a las ventanas de sus casas para ver qué sucedía.
Balbino se levantó y abrió la puerta. Tras ella se encontró con una cuadrilla de cuatro hombres. De sus
hombros colgaban escopetas de caza. De los hombres que conformaban la brigada
sólo un rostro le resultó familiar. Era el de Severino Losada. “Buenas noches
Balbino venimos a dar contigo un paseo” dijo emitiendo una sonora carcajada.
En ese instante Elvira comenzó a gritar
y a llorar desconsoladamente abrazando a su marido con fuerza negando una y
otra vez “no, no, no”. Moncho no entendía nada, miraba a su madre desconcertado
¿que podía tener de malo que Severino quisiera dar un paseo con su padre?
Un miembro de la brigada se adelantó
para atarlo con una soga. Balbino se revolvió procurando que no lo prendiesen.
Elvira soltaba puñetazos y patadas intentando lo mismo mientras las lágrimas le
resbalaban por sus mejillas. Su mirada era fiel espejo de la rabia y la
impotencia. El pequeño Moncho también comenzó a llorar. De pronto Severino infligió
una enorme bofetada a la mujer que la hizo caer. Al mismo tiempo, atizó a
Balbino en la cabeza con la culata de la escopeta. Éste cayó inconsciente. Lo
ataron de pies y manos y asieron una soga a un caballo que traían consigo. La
cuadrilla se fue del lugar con apariencia triunfal arrastrando a Balbino por el
suelo del empedrado de Escairón a la vista de todos los vecinos. Lo llevaron
arrastras hasta el bosque de Abuime. Lo arrojaron al abrigo del dolmen.
Continuaba atado de pies y manos. Cogieron agua de la pila de los moros situada
en el lateral de éste y lo despertaron. Balbino tenía la piel llena de
arañazos, sangraba profusamente por la herida que le había provocado el impacto
de la culata y le dolía enormemente la cabeza. Con un grito Severino ordenó a
los demás que los dejaran solos. Éstos obedecieron, cogieron sus escopetas y el
caballo y abandonaron el lugar.
Después de tantos años por fin llevaría
a cabo su venganza ¿Cómo era posible que Elvira hubiera escogido e ese profesor
del tres al cuarto, y no a él, al hijo del alcalde, rico y con tierras? No lograba
entenderlo. Severino cegado por el odio y una rabia infinita le propinó
un puñetazo en la cara. Le siguió una patada en el estómago y luego otra en la
cabeza. Balbino se estremecía con cada golpe y temía al siguiente. Era
consciente de su debilidad, no podía de protegerse tal y como estaba atado, lo
único que podía hacer era cerrar los ojos y dejar que la paliza siguiera su
curso.
Severino esperó a que Balbino cogiera algo de
aire y le introdujo la cabeza en la pila. Balbino intentaba zafarse pero Severino
lo sujetaba con fuerza. El agua le
penetraba por la boca y la nariz. Agitaba afanosamente la cabeza pero lo único
que lograba era que aquel animal le hundiese la cabeza con más fuerza aumentando
aún más la sensación de ahogo. Severino cesó, le levantó la cabeza. Balbino
expulsó toda el agua que tenía dentro, boqueaba procurando obtener algo de oxígeno.
La maniobra se repitió una y otra vez. Balbino no sabía cuánto tempo duraba ya
su tormento, lo único que podía percibir era que se le escapaba la vida y era
incapaz de retenerla. La agonía parecía eterna y en un momento ya sin fuerzas,
dejó de luchar.
Tras varios días de búsqueda, encontraron a
Balbino. Yacía en la cuneta de un camino víctima de la injusticia y el
sinsentido, de la barbarie en su grado más superlativo, así como de la
conveniencia de la situación de un país fracturado por los ideales políticos.
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