Después de un duro año de
trabajo, por fin cumpliría mi deseo de viajar a Tailandia. Había alquilado una
casita en el pueblo de Tha
Sawang. Me había sorprendido su escaso precio, pero ¿qué malo podría tener? Se trataba de una casa en perfecto estado,
no había nada por lo que preocuparse.
Aterricé en el aeropuerto de Surin y tomé un taxi en la entrada. Tras comunicarle la dirección a
un conductor con dientes de roedor, éste me miró extrañado a través del espejo
retrovisor. “Está seguro que quiere ir a
ese pueblo” me preguntó, asentí con la cabeza. El taxista pronunció algo
ininteligible y nos pusimos en marcha. En la radio se escuchaba un tango. En
apenas veinte minutos llegamos al pueblo. El taxi me dejó enfrente de la
vivienda que había alquilado, la número doce. Aboné la carrera y descendí del
vehículo. Tras coger la maleta, el taxista abrió la ventanilla y se dirigió a
mi “cuídese mucho, este pueblo guarda un
oscuro secreto”.
Apostado a la entrada,
permanecí absorto reflexionando sobre aquellas palabras. Una espesa bruma
confería al lugar una apariencia espectral. Receloso, eché un vistazo
alrededor. Era un pueblo pequeño que apenas contaba con una decena de viviendas.
Algo me llamó poderosamente la atención, todas ellas tenían en la fachada una
camisa roja sujetada en un palo. Cuando me disponía a dirigirme hacia la casa
advertí que algo me tocaba la espalda, sobresaltado, giré sobre mí mismo y me
topé con un lugareño que señalaba con el dedo índice hacia la vivienda,
pronunciaba continuamente las palabras pee
mae mai, pude percibir el miedo a través de su mirada rasgada.
Amedrentado, ascendí la
escalera que llevaban a la puerta. Recogí la llave, que tal y como habían
indicado se encontraría bajo el felpudo y me adentré en su interior. Sobre una
mesa observé un cuenco en el que se encontraban diversas piezas de fruta: un
rambután, una papaya, una naranja y un lychee. Una camisa roja reposaba sobre
el respaldo de una de las sillas. Una nota acomodada sobre el frutero rezaba “Regalo de bienvenida. Use la camisa como
talismán”.
Tras leer la misiva, una
amalgama de preguntas se amontonaron en mi mente ¿Qué significaría pee mae mai? ¿Por qué todas las casas tienen esa
camisa roja? ¿Por qué debería usarla como de talismán? Todo aquello me
resultaba muy extraño y comenzaba a aflorar en mi interior una sensación de
desasosiego. En ese pueblo ocurría algo perturbador. Sacudí la cabeza expulsando
de mi cerebro macabras ideas y, cansado, me dirigí hacia el dormitorio. La
madera del suelo crujía bajo mis pies emitiendo gemidos quejumbrosos a cada
paso. Empujé la puerta del cuarto que me recibió con un chirriante quejido
metálico y me tendí sobre la cama. Tras intentar dormir sin éxito, extraje de
la maleta un frasco que contenía pastillas para dormir. Ingerí una y me acosté
nuevamente. Al rato me sumergí en un estado de aletargamiento. Sumido en aquel
estado de semiinconsciencia percibía un extraño sonido. Un murmullo de voces
que semejaban provenir de algún sitio muy lejano. De repente, percibí un peso
en el pecho, como si algo se me hubiera posado encima. Entreabrí los pesados
párpados y sobre mi cuerpo, a horcajadas, divisé la imagen una mujer. Su cabello
negro velaba su rostro permitiendo divisar tan solo unos ojos de color
amarillento. Una mano de uñas largas y afiladas se posó sobre mi boca. En uno
de sus dedos podía observarse una alianza. Una sensación de paz se apoderó de mí
y embelesado por aquella tranquilidad me dejé guiar hacia una negrura
abismal.
A la
mañana siguiente en el Bangkok Post apareció la siguiente noticia:
“Viuda fantasma atemoriza a pueblo en Tailandia”.
“Según los aldeanos de un pequeño pueblo al noreste
de Tailandia están siendo objeto de ataques paranormales de quien ellos llaman
“la viuda fantasma”. Según afirman, sólo se cobra la vida de los hombres sanos y ya
se han sucedido al menos diez muertes.
Los lugareños contrataron los servicios de una
médium para poder hacer frente a los extraños fenómenos que traen consigo la
muerte de personas completamente sanas. La médium contratada recomendó a todos
los aldeanos que colgaran una camisa roja en el exterior de sus residencias
para repeler al espíritu maligno. Además la médium dijo que la “viuda fantasma”
o “pee mae mai (como se conoce en tailandés al síndrome de la muerte súbita
inesperada)”, era la responsable de las misteriosas muertes y que se llevaría a
más almas.”