Se giró al escuchar el grito.
Don Joaquín estaba cruzando el paso de peatones que llevaba hacia el otro lado
de la avenida cuando ese grito le estremeció. Una señora se encontraba con las
manos tapándose la boca, en su rostro podía reconocerse una mueca de pánico. Un
perro corría sin dueño por el paso de cebra con el pelaje al viento. Una correa
ondeaba en el aire.
A la memoria de don Joaquín
se agolparon una amalgama de recuerdos, recuerdos que pese haber trascurrido
hacía demasiado tiempo, todavía perduraban latentes en su interior.
Dicen que la memoria de las
personas ancianas se asemeja a un vaso de agua, el cual se va colmando de
recuerdos llegando un momento en que ese vaso está lleno a rebosar y no es
capaz de acoger más remembranzas, desechándolas al momento al verter éste por
fuera. De ahí que nuestros abuelos, rememoren perfectamente historias vividas
en su pasado más lejano, como sus años de juventud, sus primeros amores, el
nacimiento de sus hijos, su sufrimiento durante los años de la posguerra, sin
embargo no logren recordar las situaciones más recientes.
A su memoria acudió la imagen
de Trovador, el perro que le había acompañado durante tantos años. Se trataba
de un perro pastor, o “can de palleiro”
como se dice en Galicia, de aspecto alobado y pelaje de color gris plateado. Recuerda
que cuando era un cachorro el perro le miraba fijamente y emitía pequeños
ladridos como intentando comunicarse con él, semejaban ladridos armónicos que
recitaban palabras como si fuese un antiguo poeta medieval, que a él iban
dirigidas y que con solo mirarle, don Joaquín entendía perfectamente lo que
quería comunicarle, de ahí su nombre de Trovador.
Trovador le acompañaba a
todas partes, él llamaba por el perro “Trovador
ven” y el perro entendiendo su nombre acudía veloz a su encuentro dispuesto
a escoltarle a donde quiera que fuese. En las tardes de verano don Joaquín
gustaba de sentarse a la sombra de la higuera a leer a los viejos clásicos de
la literatura, a su lado siempre se encontraba su amigo inseparable, compañero
que si don Joaquín se quedaba dormido, le lamía la cara y los dedos avisándole
de que se hacía tarde y era hora de regresar a casa. Juntos recorrieron todos
los caminos y veredas del pueblo disfrutando simplemente de su compañía mutua.
Don Joaquín había enviudado
al dar a luz Aurora, que así se llamaba su mujer. Ahora su hija, también de
nombre Aurora, vivía en la ciudad con su marido y sus hijos. Al principio las
visitas eran muy frecuentes pero con el tiempo, éstas se fueron distanciando en
el tiempo, hasta visitarle únicamente una semana en verano. Don Joaquín sólo
tenía a Trovador y Trovador sólo le tenía a él. Al poco de Aurora irse a vivir
con su marido, don Joaquín acudió un día a casa de don Ignacio, a ayudarle a
podar una parra. Una vez terminada la jornada se dirigieron al almacén a dejar
las herramientas de trabajo, allí se encontraron con Rosalía la perra de su
vecino que había parido y traído al mundo a un perrito. Don Joaquín se acercó a
acariciar al cachorro y este dando pequeños brincos se introdujo en el interior
de la chaqueta de don Joaquín, permaneciendo inmóvil en la calidez de su
regazo. Semejaba como si el pequeño animal hubiese intuido la personalidad de
aquel extraño, reconociendo y escogiendo al instante al que sería su amo.
Con el transcurso de los
años, ambos fueron haciéndose mayores. Una tarde soleada don Joaquín como
tantas otras veces se había quedado dormido a la sombra de la higuera, sin
embargo ese día Trovador no lo había despertado como de costumbre. Al
despertarse, el perro reposaba a su lado, inmóvil. Don Joaquín comprendió que a
partir de aquel momento sus caminos se acababan de separar, decidiendo Trovador
poner fin a sus días, a su lado, en el lugar donde tantas otras veces habían
compartido aquellas tardes veraniegas.
Es curioso cómo a pesar de relacionarse
durante años con personas, en ciertas ocasiones algunas no resultan ser como
creemos que son, se demuestra que no son como les vemos o queremos ver, y
solamente son una sombra de lo que son por dentro y que se manifiesta
exteriormente. Sin embargo nada de eso ocurrió con Trovador del que don Joaquín
siempre recibió amistad, amor y fidelidad.