¿Cómo poder olvidarme de aquella visión? La había
visto por vez primera, en un bar de la zona, una noche en la que estaba en
compañía de unos amigos. Comenzábamos a celebrar la entrada en el año 2010 y
allí estaba ella. Percibí o tal vez fue mi imaginación cómo una invisible aura
luminiscente la envolvía. Era la criatura más bella que había visto. Años
pasaron sin que el azar, duende y juguetón sus hilos moviera, así, una noche de
verano, de nuevo aquella inolvidable, imborrable e indeleble visión nuevamente
se hizo realidad ante mí.
Ascendía por el campo de la fiesta, y distinguí su figura
emerger lentamente sobre la polvareda. Iba ataviada con unos vaqueros ceñidos y
una camiseta de color claro. Enfilaba aquel trecho que nos separaba aproximándome
pausadamente hacia ella. El trasluz de las luces que emitía el escenario, donde
una orquesta actuaba aquella noche, permitía adivinar la silueta de su cuerpo a
través del algodón. Su cabello de color pardo ondeaba velando su rostro. A
medida que me acercaba notaba como mis palpitaciones se volvían más fuertes y
veloces. Luego de aquel recorrido ascendente que parecía no tener fin, llegue a
su altura. Permanecí allí inmóvil, contemplándola como un imbécil a medio
ataque de parálisis. Mis ojos intuyeron el contorno de unas piernas esbeltas y
estilizadas. Mi mirada ascendió por su cuerpo que parecía escapado de un cuadro
de Sorolla hasta detenerse en sus ojos, de un castaño tan profundo que uno podría
caerse dentro. Estaban posados en mí con una mirada risueña y jubilosa. Sonreí
y ofrecí mi mejor cara de idiota.
- ¡Hola! Ya que no nos presentan, yo soy Miguel –dije
a la muchacha en un tono acorde a la fuerza de su mirada.
- Yo soy Ana – Me respondió alegremente.
Sus ojos me contemplaban con una calma tan pasmosa que
apenas tardé un par de segundos en darme cuenta de que, por lo que a mí respectaba,
aquélla era el ser más deslumbrante que había visto en mi vida o esperaba ver.
Hablamos durante largo rato. Había perdido la noción
del tiempo sumergido entre palabras, risotadas y confidencias mutuas. En un
momento de nuestra resuelta y animosa conversación la miré firmemente a sus
grandes y almendrados ojos, ella sostuvo mi mirada durante unos segundos antes
de pestañear, me sonrió dulcemente mientras llevaba su bebida a sus labios y
por un instante, me pareció percibir entre ambos una corriente
de afecto que iba más allá de palabras y gestos. Un vínculo de silencio y
miradas que nos unían entre las sombras y polvo de aquella fiesta. Una fusión
que nos trasladaba a otro mundo, otro mundo en el que solamente nos
encontrábamos ella y yo.
Terminó la fiesta y me ofrecí a acompañarla hasta su
coche, que casualmente se encontraba cerca del lugar dónde yo había estacionado
el mío. Caminamos lentamente calle abajo. Las luces de las farolas de aquella
noche veraniega teñían de cobre los árboles. Al llegar a su vehículo, nos
miramos en silencio. Me despedí cortésmente comunicándole el gran placer que
había sido para mí conocerla y charlar con ella aquella noche, le di dos besos
en sendas mejillas. Pude sentir su pulso bajo su piel aterciopelada.
- Igualmente –me dijo.
Entré en mi coche, sintiendo el efecto aquella mágica noche,
deseoso de que en un futuro nuestros caminos volvieran a encontrarse…
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