16 de noviembre de 2013

Aquella noche mágica




¿Cómo poder olvidarme de aquella visión? La había visto por vez primera, en un bar de la zona, una noche en la que estaba en compañía de unos amigos. Comenzábamos a celebrar la entrada en el año 2010 y allí estaba ella. Percibí o tal vez fue mi imaginación cómo una invisible aura luminiscente la envolvía. Era la criatura más bella que había visto. Años pasaron sin que el azar, duende y juguetón sus hilos moviera, así, una noche de verano, de nuevo aquella inolvidable, imborrable e indeleble visión nuevamente se hizo realidad ante mí.

Ascendía por el campo de la fiesta, y distinguí su figura emerger lentamente sobre la polvareda. Iba ataviada con unos vaqueros ceñidos y una camiseta de color claro. Enfilaba aquel trecho que nos separaba aproximándome pausadamente hacia ella. El trasluz de las luces que emitía el escenario, donde una orquesta actuaba aquella noche, permitía adivinar la silueta de su cuerpo a través del algodón. Su cabello de color pardo ondeaba velando su rostro. A medida que me acercaba notaba como mis palpitaciones se volvían más fuertes y veloces. Luego de aquel recorrido ascendente que parecía no tener fin, llegue a su altura. Permanecí allí inmóvil, contemplándola como un imbécil a medio ataque de parálisis. Mis ojos intuyeron el contorno de unas piernas esbeltas y estilizadas. Mi mirada ascendió por su cuerpo que parecía escapado de un cuadro de Sorolla hasta detenerse en sus ojos, de un castaño tan profundo que uno podría caerse dentro. Estaban posados en mí con una mirada risueña y jubilosa. Sonreí y ofrecí mi mejor cara de idiota.

- ¡Hola! Ya que no nos presentan, yo soy Miguel –dije a la muchacha en un tono acorde a la fuerza de su mirada.
- Yo soy Ana – Me respondió alegremente.

Sus ojos me contemplaban con una calma tan pasmosa que apenas tardé un par de segundos en darme cuenta de que, por lo que a mí respectaba, aquélla era el ser más deslumbrante que había visto en mi vida o esperaba ver.

Hablamos durante largo rato. Había perdido la noción del tiempo sumergido entre palabras, risotadas y confidencias mutuas. En un momento de nuestra resuelta y animosa conversación la miré firmemente a sus grandes y almendrados ojos, ella sostuvo mi mirada durante unos segundos antes de pestañear, me sonrió dulcemente mientras llevaba su bebida a sus labios y por un instante, me pareció percibir entre ambos una corriente de afecto que iba más allá de palabras y gestos. Un vínculo de silencio y miradas que nos unían entre las sombras y polvo de aquella fiesta. Una fusión que nos trasladaba a otro mundo, otro mundo en el que solamente nos encontrábamos ella y yo.

Terminó la fiesta y me ofrecí a acompañarla hasta su coche, que casualmente se encontraba cerca del lugar dónde yo había estacionado el mío. Caminamos lentamente calle abajo. Las luces de las farolas de aquella noche veraniega teñían de cobre los árboles. Al llegar a su vehículo, nos miramos en silencio. Me despedí cortésmente comunicándole el gran placer que había sido para mí conocerla y charlar con ella aquella noche, le di dos besos en sendas mejillas. Pude sentir su pulso bajo su piel aterciopelada.
- Igualmente –me dijo.

Entré en mi coche, sintiendo el efecto aquella mágica noche, deseoso de que en un futuro nuestros caminos volvieran a encontrarse…

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