Se trataba de aquel tipo que
encarnan las historietas de miedo, con forma perfectamente humana y alma de
esclavo perdido en las galeras de algún barco que viaja, sin remedio, hacia el
desastre. Su vida era el trabajo. Era de esas personas incapaces de tener un
momento de ocio, de deleitarse con las pequeñas cosas. Disfrutar de la lectura
de un buen libro, de sentarse en el porche observando el transcurrir de las
tardes veraniegas, observar por la ventana cómo las gruesas gotas de lluvia,
pesadas como plomo, golpean de manera incesante los cristales en las tardes de
temporal. Estas cosas eran incomprensibles e insignificantes para él. El
trabajo era su vida, es más, más que su vida, se trataba de una obsesión.
Apenas había disfrutado de su matrimonio, de sus hijos, de su hogar.
Con el transcurso de los años uno
va perdiendo su vigorosidad, las personas se hacen mayores, los hijos crecen y
se independizan. Parafraseando a Serrat: Nada ni nadie puede impedir que las agujas
avancen en el reloj, que decidan por ellos, que crezcan y que un día, nos digan
adiós.
Cambió vida por trabajo, sueños por experiencia. Ahora que el tiempo le
empuja, nota como los excesos de años pasados le piden cuentas, se da cuenta de
sus errores, de los años malgastados, desaprovechados, desperdiciados… perdidos.
Es cuanto realmente se detiene a valorar aquellas pequeñas cosas que
anteriormente no tenían importancia, pero que ahora adquieren relevancia
notoria. Él lo sabe, lo reconoce, las personas de su entorno, también lo
perciben, también lo notan. Todavía no es tarde.
Son aquellas pequeñas cosas, que nos dejó un tiempo de rosas en un
rincón, en un papel o en un cajón. Como un ladrón te acechan detrás de la
puerta. Te tienen tan a su merced como hojas muertas, que el viento arrastra allá
o aquí, que te sonríen tristes y, nos hacen que lloremos cuando nadie nos ve.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por tu comentario. Siempre son bien recibidos