16 de noviembre de 2013

Pequeñas cosas



Se trataba de aquel tipo que encarnan las historietas de miedo, con forma perfectamente humana y alma de esclavo perdido en las galeras de algún barco que viaja, sin remedio, hacia el desastre. Su vida era el trabajo. Era de esas personas incapaces de tener un momento de ocio, de deleitarse con las pequeñas cosas. Disfrutar de la lectura de un buen libro, de sentarse en el porche observando el transcurrir de las tardes veraniegas, observar por la ventana cómo las gruesas gotas de lluvia, pesadas como plomo, golpean de manera incesante los cristales en las tardes de temporal. Estas cosas eran incomprensibles e insignificantes para él. El trabajo era su vida, es más, más que su vida, se trataba de una obsesión. Apenas había disfrutado de su matrimonio, de sus hijos, de su hogar.

Con el transcurso de los años uno va perdiendo su vigorosidad, las personas se hacen mayores, los hijos crecen y se independizan. Parafraseando a Serrat: Nada ni nadie puede impedir que las agujas avancen en el reloj, que decidan por ellos, que crezcan y que un día, nos digan adiós.

Cambió vida por trabajo, sueños por experiencia. Ahora que el tiempo le empuja, nota como los excesos de años pasados le piden cuentas, se da cuenta de sus errores, de los años malgastados, desaprovechados, desperdiciados… perdidos. Es cuanto realmente se detiene a valorar aquellas pequeñas cosas que anteriormente no tenían importancia, pero que ahora adquieren relevancia notoria. Él lo sabe, lo reconoce, las personas de su entorno, también lo perciben, también lo notan. Todavía no es tarde.

Son aquellas pequeñas cosas, que nos dejó un tiempo de rosas en un rincón, en un papel o en un cajón. Como un ladrón te acechan detrás de la puerta. Te tienen tan a su merced como hojas muertas, que el viento arrastra allá o aquí, que te sonríen tristes y, nos hacen que lloremos cuando nadie nos ve.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por tu comentario. Siempre son bien recibidos